martes, 15 de noviembre de 2011

Texto Manfred A. Max-Neef

UN PASEO IMAGINARIO POR MI CASA Y MI JARDÍN

Soy una persona afortunada. Tengo una familia pequeña, pero linda. Vivimos juntos en la casa que poseemos, y que, sin ser enorme, ni mucho menos, es cómoda, agradable y --lo que es más importante que cualquiera otra consideración— acogedora para nuestros amigos. Hay un jardín que no siendo particularmente extenso, es rico y encantador por la variedad de su contenido. Desde un árbol dos veces centenario, pasando por otros de copiosa frondosidad, hay hasta arbustos y flores en cantidades suficientes como para darnos la sensación de ser partes de una cierta totalidad. La sensación es agradable y me ha dado mucho que pensar.

Pienso, por ejemplo, que casi todos los misterios del mundo están al alcance de mi mano, de mi sensibilidad o de mi capacidad inquisitiva; aquí, dentro de mi casa, en las veredas circundantes o en los rincones de mi jardín. Tengo mi propio pedazo de cielo y mi parcela de aire. Mi cuota de luz y de colores. Estoy rodeado— si quisiera escrutar la tierra, el mismo aire, los muros y las cortezas, los capullos y las raíces, las ansiedades de mis hijas, las penas de mi esposa y mis propias penas, las comidas que compartimos en la mesa, los pájaros que me despiertan en la mañana, los hábitos y el pelaje de mi perro, mis libros, los sonidos de mi piano, la voz y los silencios de mis amigos, mis sueños y el mosquito que cercena mis sueños, la araña que no veo pero que sé que está y que me angustia que esté, el olor a café, la infalibilidad de las agüitas medicinales que hay en la despensa y las hormigas que siempre se cuelan hasta la despensa, las razones del pintor y del poeta que vinieron a tomarse un trago con nosotros, las ideas para lograr un mundo mejor que se discuten en mi estudio por las noches, las cartas y los saludos que desde otras casas y desde otros jardines llegan hasta aquí— estoy rodeado, repito, de todas las formas de la vida y de la muerte, del amor y de la angustia, de la gloria y de la decadencia, de la repetición y la esperanza. Las Leyes de la Naturaleza se dan aquí, o es aquí donde se reflejan sus efectos inflexibles. Las leyes humanas se dan aquí, o es aquí donde se reflejan sus falencias. Este grano infinitesimal del Universo es, después de todo, un Universo. Descubro así que el Universo se desgrana para repetirse en infinitos Universos de alcance personal. Conocer el mundo significa conocer primero la casa en que se habita, sus veredas y su jardín. Porque si es cierto que todas las casas y todos los jardines, y todas las veredas hacen un mundo, también es cierto que el mundo se desdobla para depositarse entero en cada casa, en cada vereda, y en cada jardín. Todo lo grande y toda la inmensidad están contenidos en lo pequeño. Lo pequeño no es otra cosa que la inmensidad a la medida humana. Es un regalo para que, dentro de dimensiones accesibles y alcanzables, los seres humanos desgranen todas sus vidas en su empeño por desentrañar la totalidad.

Después de escribir estas líneas he vuelto a lanzar una mirada en derredor de mi pequeño Universo. Me he paseado por mi minúsculo cosmos descomunal. He reencontrado mi verdadera dimensión. He descubierto que la grandeza del desafío radica en atenerme a ella, no en rehuirla; en desentrañarla, no en despreciarla. Sólo lo que está a mi medida puede ser mi medida. Y en cuanto sea capaz de abarcar lo que encierra mi propia dimensión, lo habré abarcado todo.

Este paseo imaginario, pero despierto, a través de mi territorio tiene una buena razón de ser. Quizás sirva para destacar los errores humanos a que me he de referir en este trabajo. El ser humano—así lo pienso— ha perdido la noción de las dimensiones, y en ello radica una buena parte de su tragedia actual. Ha confundido la grandeza con el tamaño, y en aras de esa presunta grandeza ha tendido y tiende a expandir sus sistemas más allá de todo control. El devenir de la humanidad se ha interpretado de muchas maneras: en términos teológicos, adscribiendo todo acaecer histórico a la voluntad de Dios; o bien a la interpretación heroica como resultado del papel desempeñado por los grandes hombres; o a las ideas; o también a las relaciones de producción, en el caso de Marx; a la sexualidad en el caso de Freud; y a la angustia en el caso de Jung. Sin embargo poco se ha dicho con respecto a la dimensión de los sistemas humanos como factor determinante. De eso —y recurriendo al auxilio de otras voces— pretendo hablar en mi trabajo. De allí la necesidad que tuve de pasearme previamente por mi casa y mi jardín.

Manfred A. Max-Neef La dimensión perdida. La deshumanización del gigantismo

http://www.max-neef.cl/download/Max_Neef_La_dimension_perdida.pdf

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